
Los sueños húmedos del Madrid en esta liga pasan por los lanzallamas de Higuaín y Cristiano. Entre ambos llevan la casi totalidad de los goles del conjunto blanco, 22 de 22 para el argentino y 17 de 19 para el portugués. Números de apisonadora que, sin embargo, no levantan del sofá al aficionado por una extraña razón; este equipo da sensaciones discordantes, medias alegrías consecuencia de tener a un Barsa estrujando los talones y la sombra inseparable del Lyonazo. El Pipa no quiere pasar este año por la celda de desintoxicación del gol y camina con paso firme hacia los treinta chicharros. Cristiano contesta con obuses a los messiadictos. Goleada tras goleada la liga sigue igual.
El equipo de Pellegrini aplica al fútbol reglas sencillas pero a veces se olvida de rematar los partidos. Los goles caen como churros pero la desidia se hace a menudo sastre de este Madrid de caras polifacéticas; de remontar en dos minutos a golear en treinta y siete, de aburrir en la primera parte a aburrir en la segunda. Entre esa diversidad de facetas también entra Fernando Gago, el que sólo se parece a Fernando Redondo en las ocho letras de su nombre. El argentino, castigado a la última fila del banquillo, salió del fango melancólico en el que lleva toda la temporada y se disfrazó de centrocampista perfecto por un día. El olor a Mundial activa la sangre. Acompañó a un Xabi cada vez más terrateniente del centro del campo y decisivo en el proceso de oxigenar al Madrid. Su próximo cometido debe ser forzar la amarilla para llegar limpio al clásico.
La jugada de Casiilas sacó sus tradicionales defectos y encendió las cortadoras de jamón de los de siempre. Los que dicen que anda dormido y que no es el mismo cuando falla un día. Carne de oportunismo y leña que partir para los que sacarán ahora lo del "efecto Carbonero" o algo así. Espera el incomprensible Atleti. Siempre hacen buenos partidos en el Bernabeú aunque en casa saquen la cara del fracaso.