Lo que le faltaba al Barcelona es que equipos que sufren de diarrea apocalíptica se le crucen en el camino. El Bayern de siempre, el que todo madridista odiaba hasta la fecha por sus batallas con el Real Madrid en el césped y fuera de él, era un equipo pesado, latoso, cargante e insoportable por bien o mal que jugara al futbol. El pequeño Bayern del fúnebre Klinsmann, es un equipo que sólo sabe atragantarse con su propia mierda, la que ya traían preparada antes de jugar el partido. El Bayern de siempre, el de Scholl, Kuffour, Sagnol, Andersson, Jeremies, Effenberg, Elber, Hardgreaves y sobre todo su entrenador Ottmar Hitzfield, no tenía el renombre que hoy producen los Luca Toni, Ribery, Klose y Schweinsteiger, pero sí poseían esa medicina tan alemana que dice que a falta de calidad buena es la testosterona.
El Bayern que todos conocíamos no guardaba en su esquema ni la mitad de calidad que el pequeño Bayern de Klimsmann, pero con sus limitaciones mantenía una solidez que según pasaban los años no se desvanecía y que les permitía jugar conectados a una computadora bastante fácil de leer. Pero sobre todo, nunca tiraban un partido a la basura antes, durante y después de jugarlo. ¿Dónde quedan los exabruptos ardientes de Salihamicic?, ¿en que lugar murieron las amenazas de Kahn y su "a mí no meten dos goles en el Bernabeú"?, ¿a dónde fue a parar la raza bávara hegemónica?, el equipo del empuje, el del gol en el último minuto, el del juego directo y rematador, el que ladraba primero y siempre te mordía después, por su testadurez, terquedad y persistencia, y nunca por la debilidad emocional, vacío y cobardía de Klinsmann. Así, el Barcelona se ha vuelto a encontrar con otro peso pluma en su camino a por la Champions, ese empeño en ponerle las cosas fáciles a un equipo que no lo necesita. Y ese empeño de engrandecer el fútbol de un conjunto que lleva más de dos años sin conocer lo que es la gloria, pero que algunos insisten en fanfanorrear que el deporte de la pelota en los últimos años se explique por lo que bendice el Barcelona. Aquel gran Bayern que nos hacía mirar de continuo al otro fútbol, el que no es bonito pero es efectivo, el que nunca, nunca, nunca tiraba la toalla, ni hacía llorar de vergüenza a Udo Lattek, en definitiva, el Bayern que todos conocíamos, tampoco volverá a aparecer en la vuelta. O así lo explica su acoquinado entrenador. Descanse en paz.