Con Cristiano el reloj que marca el funcionamiento del Madrid se mueve en la dirección correcta. Es el querido, es el odiado, es el temido, es el que está en boca de todos, hasta de los que no saben de fútbol, es la perfección hecha futbolista, el prototipo de lo sobresaliente y el culmen de la galantería. Para lo bueno, para lo malo, tiene licencia para ser el mejor, porque es el mejor. El globo terráqueo sólo conoce a un jugador que posea todas las características del fútbol. Cristiano se viste con el traje de caudillo, pero se esfuerza como un soldado raso. Ahí está su capacidad para enviar obuses sin necesidad de GPS, su remate de cabeza al más puro estilo Santillana levitando en el aire, sus arrancadas y potencia, su regate, sus centros, su técnica. Enmudeció a Marsella entera y dejó en duda el partido que le espera al Madrid en Mestalla. Porque sin él todo es distinto. Máximo goleador de la Champions estando dos meses entre algodones. No es de Marte, es portugués.
El Madrid pudo redondear su mejor partido del año, al menos en cuanto a juego y resultado. Si algo ha aprendido este equipo en los últimos choques es a sacar la cara seria y a no atemorizarse ante la intimiación del ambiente. Lo dejó caer en el Camp Nou sin suerte y lo ha vuelto a demostrar hoy en el presunto infierno del Velodrome. Han mejorado en todos los frentes, de la defensa a la vanguardia. Especialmente lo primero, ya que lo segundo está en pies del que más ama al balón y que por desgracia se ha perdido un saco de partidos cuando a un tal Diawara le dio por entrar con la cortacésped encendida. Sin él, el Madrid pierde respeto, porque la marca CR9 es algo más que un logotipo comercial. El mejor jugador del planeta con espacios y sin ellos. Hoy su careta de infractor que sacó contra el Almería quedó estancada en la cara B de su genio. Hoy sólo fue figura. Que bueno es, ese portugués.
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